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El vidrio empañado

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La bisabuela se mecía con el compás de las ráfagas sobre los pastizales y el ruido apagado del mimbre de la mecedora que crujía en el cuarto vecino fue el primer sonido que reconoció entre todo el bullicio que la rodeaba, tal vez porque le recordaba el crujir constante del mecanismo materno que acababa de abandonar, ese sonido de marejada, de temporal, de lluvias deslizándose entre capas de aire.
La bisabuela se mecía con los ojos fijos en un punto indefinido situado entre ella y la pared de la sala, un punto donde tal vez estaban ocurriendo cosas que sólo eran perceptibles para ella, esa mirada malévola que asoma a los ojos de algunos viejos a los que el odio acumulado a lo largo de la vida, hecho de todas las frustraciones y las iras impotentes, se les desboca en las últimas miradas, apresurado por salir a flote antes que sea demasiado tarde, y muera, junto con las demás cosas que mueren con la muerte.
Pero Margarita no precisó del tiempo para forjar su odio.
Nació con él, desde su más remota memoria la enemistad de los alados lagartos latía en sus venas.
El vaivén, vaivén, va i ven de la mecedora adormece sus dragones en una especie de éxtasis morboso. Sus fláccidas entrañas ya sólo responden, aunque de un modo vago y casi imperceptible, a ese balanceo constante, a esa sensación similar al mareo, enajenante.
En su rostro, a la vez ausente y atento a misteriosos mecanismos interiores, sus ojos se mantienen fijos en ese punto en el espacio, concentrado todo su cuerpo en no dejar escapar ni una brizna de ese símil del placer, de esos despojos de sensualidad que la inundan mientras el crujido tic ? tic de la mecedora, atraviesa los intersticios entre las tablas y le llegan a la bisnieta que acaba de nacer en la pieza contigua.
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editorial
edición del autor
disponibilidad
impreso bajo demanda
año edición
2020
n° edición
2
categoría
Novela
n° páginas
168
formato
17 x 24 cm (sin solapa)
papel
Papel Blanco 75 Grs
color
Blanco y Negro
Jacqueline Sellan Bodin

Nací en el sur de Chile,entre la escarcha y las cumbres nevadas. Era el año 1957, casi para navidad, y desde ese momento me he nutrido de palabras. Mi abuela había emigrado desde Francia en los años difíciles de la posguerra, con lo puesto, sus tres hijos, (entre ellos mi madre, de 18 años) y tres baúles de libros. El amor a los libros me llevó a escribir... creo. O tal vez, no.Tal vez lo traía ya en la sangre contadora de mi padre libanés. Lo cierto es que desde mi más remota memoria me contaba historias o completaba las que me contaban, en la soledad de mi imaginación. Ahora vivo en México, desde el 2013. leer todo...

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