Las constelaciones han demostrado los efectos que en nuestra vida tiene la historia de nuestros antepasados, de forma tal que se convierten en herramientas de alto valor diagnóstico y terapéutico cuya implementación es rápida, profunda y eficaz para develar los conflictos desde su raíz y resignificar su dinámica en un orden que conduzca a una vida cuya plenitud podamos abrazar, en una felicidad que pueda permanecer.
De esta filosofía de vida nace una inédita mirada, en su implementación, frente a la cual han surgido interrogantes sobre los planteamientos teóricos que sustentan dicha práctica, interrogantes que hoy es posible absolver, en parte, para comprender, entender su funcionamiento y ubicarnos en el desafío de explorar, analizar y revisar paradigmas, creencias, estructuras y demás aspectos implícitos en las constelaciones.
El filósofo y terapeuta contemporáneo Bert Hellinger (q.e.p.d.), padre de la constelaciones, plantea tres principios denominados Órdenes del amor: en la filosofía de vida hellingeriana se privilegia el amor, siempre presente, como esencia de vida, regulado en su manifestación por tres principios que agencian el funcionamiento armónico de los vínculos: la pertenencia, el respeto por el orden de origen y la compensación o equilibrio entre el dar y el recibir.
Justamente, la práctica de las constelaciones brinda la posibilidad de develar el funcionamiento de estos tres órdenes y sus pendientes transgeneracionales. De esa forma tendremos dos miradas posibles, aquella con alteraciones en el orden de esos tres principios, y que, como tales, están cargadas de obstrucción e impedimentos que obnubilan el amor; de esa manera se configuran los destinos llamados difíciles, o, por el contario, es posible generar una vida plena como resultante de un orden que precede al amor.