SEÑOR EMBAJADOR

En 1985 el Chapo Guzmán alcanzó gran posición entre los narcotraficantes mexicanos; fue paulatinamente construyendo el poderoso cartel de Sinaloa, y en uno de sus pregones anunció que ejercería el mando total en varios Estados del centro y sud continente americanos; lo dicho, previo a hacerse del control de las grandes ciudades norteamericanas. La DEA y otras agencias de ese país lo confirman en sus informes oficiales.
A los sudamericanos se nos ha dado por catalogarnos de forma lacónica, posiblemente pendeja. Arbitrariamente, a excepción de Colombia, Perú y Bolivia, considerados abiertos productores, a los otros les imponemos el membrete de trampolines o de mero tránsito. Asimismo, ensayamos que la translación de drogas no es determinante, para absurdamente sostener que el problema sigue menor. Quizá lo hacemos para sustentar ilusoriamente que a la nueva generación de narco traficantes criollos les resultaría inocuo o alevoso levantar carteles, y considerarse capos del tamaño de los mexicanos. A lo mejor apetecemos vehementemente que todos ellos se contentaran con ser jefes de clan, combo o de bandas especializadas en la custodia de alijos.
Pero, afortunadamente hay ciudadanos de una Nación sudamericana a quienes les carcome la ansiedad por ubicar como mínimo un eslabón oculto y la trama. Esto, ya que intuyen que, en cierta época, pudo facilitarse la discreta presencia de algún enviado especial con la fuerza de un titán, que fuera capaz de financiar varias campañas electorales a la vez, y enseguida negociar acuerdos con la cúpula del Gobierno elegido. Rumorean que, en ese tiempo sus líderes permitieron que un Embajador de Sinaloa se estableciera con poder suficiente para mandar en lo extenso del territorio nacional, en el tono y la profundidad del accionar proclamados por El Chapo. Infortunadamente el autor de este relato se cruzó con un lío auténtico, que una vez expuesto, podría contribuir con eso de batallar con tamaña incertidumbre: ¿Echó raíces la narcopolítica? leer todo...