Prologar un poemario cuyo tema principal sea el amor es un acto singular cuando las voces de la informadísima sociedad de consumo que inaugura el tercer milenio suele hablarnos de mayor acumulación de conocimiento para obtener más bienes que nos permitan alcanzar novedosos conocimientos y así... hasta el infinito. ¿Cuál es el sentido? Nadie tiene tiempo para preguntárselo y menos lo tendrá para preguntarse por el amor y mejor aún ¿de qué está hecho el amor?

Henry Zapata parte de esta pregunta y a partir de ella dirige la mirada a la corporeidad de la amada, a los encuentros y desencuentros con ella, a la total entrega a veces esquiva de quien se ama, a la memoria que se empecina en rozar la eternidad y aún hay lugar para el amor lacerado por la patria que se vislumbra enferma de males endémicos, postrada de violencia y dolorosa indiferencia. Todo ello constituye un corpus de convicciones donde la fe y el pesimismo son las caras de una misma moneda. Son el impetuoso enraizamiento perpetuo a una vida asumida con lucidez, con pasión, con el compromiso de un hombre que ha defendido su derecho y capacidad de amar aun cuando sepa que finalmente despertará "en un paraíso que nunca ha existido".
La poesía y el buen vivir dan la bienvenida al poeta que nos devela su intimidad y los secretos que anidan en "El cuerpo del Amor".

Martha Isarra leer todo...

Ayacucho es el escenario desde donde Henry Zapata nos conmueve con su innata capacidad de asombro ante la trascendencia de la vida y su inmensa ternura que no olvida ni abandona los recodos de su niñez y las personas que lo acompañaron, no olvida tampoco el horror de una guerra fratricida que aún huele a pólvora, a desgarro, a perdón suspendido, a justicia que no repara, a memoria que no descansa.
El ichu, los claros manantiales, las torcazas, la kuntucha, la madre, la tierra, las balas, la Oreja de Perro, Accomarca, Lucanamarca, Marcelino, Teófilo, Gualberto y todo... todo. Nada escapa al conmovido y tierno corazón del autor cuando tributa a los suyos, a los próximos, a los eternos olvidados cuando acaricia con su memoriosa y tibia mirada su tierra querida, sus hermanos caídos. Cuando su rabia se hace palpable, visible, encendida, como el poncho de mil colores de Agapito Robles en su cantar.
Y lo más importante, cuando logra transmitirlos, desde su mirada de niño, su mundo tierno, inacabable, infinito y herido y nos despierta y transgrede la inoperancia, la desidia, el conformismo, el desánimo y la intolerancia que empalidece nuestras vidas.

Gabriela Villanueva leer todo...