Nosotros, esos que amamos en español, francés, portugués e italiano, debatimos con nosotros mismos. Nos la pasamos en un perpetuo cuestionar nuestros sentimientos y presentimientos; tenemos el alma jalonada por el miedo, la culpa y el amor en peligro de extinción. Lo nuestro es una trama sin definido desenlace. Sin sinopsis, sin guión literario ni anotaciones técnicas. Transitamos en una historia que vamos escribiendo de a poco y cantando sobre la marcha. Lo hacemos por oído. Somos esclavos de nosotros mismos, sin plan de emancipación. Y entonces la poesía se hace música y las canciones acuden en nuestro socorro para ayudarnos a transitar, no sin dolores, por el mal de amores.

La música no ha sido jamás un entretenimiento, un banal ejercicio de pasar el rato. No es calistenia de los oídos. Algunos no podemos concebir la vida sin canciones. O sin poesía. Sería un castigo imaginable. Pero la penalización más grave sería el condenarnos a un mal de amores que tenga que transitar en una cámara de silencio. Por eso, por la solidaridad que sienten los músicos por nosotros, Iberoamérica es una gigantesca fábrica de canciones para primero echarle sal a las heridas, luego ponerles azúcar, ayudarnos a coserlas y luego pasarles suavemente la mano por encima, a ver si duelen menos. Canciones para hundirnos y levantarnos. Canciones para recordar y olvidar. Canciones para pedir perdón y para perdonar.

De eso va este pequeño libro. De nosotros y de nuestro sobrevivir al mal de amores. leer todo...

Versos para querer y dejarse querer. Poesia para amar y dejarse amar. Perderse en palabras que se dejan colar en almas que buscan y tal vez no encuentran.

Relatos mínimos sobre gente importante en nuestra vida y en la historia. Lecturas para el metro, el autobús, el tren, el avión.

Cocinar es como escribir poesía. En los calderos y fogones se cuecen historias de amor y pasión. Eso bien lo saben los personajes de los relatos, cuentos y novelas de Soledad Morillo Belloso. Y nos develan sus secretos en estas recetas para amar y enamorar.

La poesía es esa canción que nos acompaña en nuestras más íntimas pasiones.

Trece mujeres sobresalientes, que en su camino dejan huella en la sociedad y en nosotros. Trece mujeres excepcionales. Te invito a sabe de ellas y a dejarte cautivar.

Dicen que la muerte llega y, sin autorización, se apropia de todo. Es cierto. Pero también lo es que la vida no pide permiso. Mucho escriben quienes al dolor lo han estudiado e investigado. Pero sin vivirlo. Por ello cuando hablan o escriben, sus palabras nada le dicen a quienes transitan por la muerte y por la vida.

No creo que sea posible desprenderse del dolor cuando quien ha muerto es alguien a quien se quiso todo lo que es posible querer. Porque no es cuestión de lutos o duelos. Esos son convencionalismos sociales. Despedirse es más bien una personal liturgia. Esta es parte de la mía.

El 19 de abril de 2022 llevé a mi marido al médico. Aquella carraspera no era un pedazo de costra de pan que le había rasgado la garganta.
Cuando en una pareja que realmente se ama uno de los dos enferma, el otro también enferma.
Esta es nuestra historia, ni peor ni mejor que la que otros puedan escribir. Y aunque parezca increíble, esta es una historia de amor.

El duelo no puede cesar porque el dolor no se acaba. Uno, con suerte, quizás, sólo quizás, consigue que ese dolor se nos acueste encima sin clavarnos espinas. Aprende a caminar con el sufrimiento a cuestas. A desterrar a quienes vienen enarbolando la guía rápida de instrucciones. A huir de los mercachifles de la recuperación instantánea. A regalarle indiferencia a los fatuos y a quedarnos sólo con los que al menos tienen la inteligencia de ahorrarnos consejos escritos con errores ortográficos y gramaticales en el lenguaje de la estupidez.

Yo escribo. Eso hago. Y alguien me lee. leer todo...

Escribí este cuento mojando el teclado, llorando como descosida. Cuando lo escribí, por allá por 2021 o 2022, mi marido estaba vivo. Y, viéndome llorar, se acercaba, me traía uno de sus pañuelos, me arrimaba un vaso de agua y me acariciaba la cabeza. Sabía bien que un escritor tiene que sufrir escribiendo. Tiene que agarrar a ese monstruo que es el ego y encerrarlo en un cajón con doble llave, porque lo peor que le puede suceder es dejarse em-baucar por las loas de la vanidad. Bien entendía mi marido eso de que las letras de un escritor no le pertenecen; una vez escritas a mano alzada en un papel cualquiera o en la pantalla de una computadora, esas letras, esas palabras, esos párrafos, son propie-dad de los personajes y los lectores.

Dirán algunos que esta es una historia simple, en la que los destellos de lujos están ausentes. Es la historia de quienes no los quisieron. Estos personajes existen. Quizás con otros nombres. Pero existen. Y tenemos que hacerles justicia. Esa justicia no sólo se hace en congresos legislativos, gobiernos o tribunales. Se hace con letras, narrando sus historias. leer todo...

Diez y siete postales" no es otra cosa sino contar, en mis propias palabras y con mi irreverente estilo, esas cosas lindas y locas que me han ocurrido, esos momentos hermosos, a veces hasta subli mes, que he tenido en mi vida.

Yo soy una persona muy ordinaria a la que le han pasado cosas extraordinarias. Estos son algunos de mi relatos como andariega.